Los glaciares suman más del 75 por ciento del
agua dulce del planeta y son imprescindibles dentro del ciclo hidrológico, ya que se constituyen como reservas de agua que atrapan parte de las precipitaciones anuales.
Un glaciar puede evitar su derretimiento cuando la precipitación de nieve en temporadas frías supera la evaporada en verano.
En épocas cálidas el derretimiento es mayor, como viene ocurriendo en las últimas décadas. Esto genera el aumento del agua en forma líquida. Es por ello que a través del deshielo, los
glaciares cumplen un papel preponderante en el
ciclo del agua.
El
10 por ciento de la Tierra está cubierta por glaciares (no hace mucho tiempo geológico era 30%). Hoy el 91% del volumen y el 84% del área se encuentra en la Antártida, el 8% del volumen y el 14% del área en Groenlandia y el resto de la masa glaciaria de la Tierra conforma un 4% del área y menos del 1% del volumen.
El deshielo origina un movimiento de agua que actúa como escorrentía superficial desembocando en ríos, lagos u océanos.
El crecimiento y establecimiento del glaciar se llama glaciación, captando "agua" y formando hielo, retirando masa líquida de la superficie terrestre.
Hay
diferentes tipos de glaciares y pueden clasificarse según su forma (de valle, de nicho, campo de hielo, etc.), por su régimen climático (tropical, temperado o polar) o condiciones térmicas (base fría, base caliente o politermal).
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